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“Superheroínas” en huelga

Urge empezar a discutir la ampliación de las licencias parentales, reformar la Constitución para quitar el límite a las licencias de maternidad.

Estamos por conmemorar el Día de la Mujer. Algunos perdidos nos mandarán postales de florecitas, diciéndonos que las mujeres somos lo más bello de la creación. Otros exaltarán nuestras virtudes y sacrificios. Quizá otros aprovechen para destacar las grandes contribuciones de las mujeres al mundo científico o empresarial. Los menos hablarán del 8 de marzo como un día en que se lucha por la igualdad de derechos de las mujeres. 

En el inter, una marea de mujeres cubrirá el país con demandas, dolores, gritos y luchas diversas. Nos unirá, seguramente, esa sensación de tener que estar en pie de lucha permanentemente. Esa conciencia clara de que nadie nos regala nada. Ni siquiera lo que ya es inherentemente nuestro, como el parto o la lactancia. O esa otra lucha, la de lograr que se entienda que la crianza y los cuidados son tareas importantísimas cuyo valor se ha despreciado y se ha recargado injustamente sólo en nuestros hombros.

Y sí, hoy voy a hablar de esa lucha invisible, extenuante y asimétrica que libramos todos los días las mujeres trabajadoras que decidimos ser madres, deseamos un parto, escogemos amamantar a nuestros hijos y apostamos a la revolución de una crianza con ternura. Por supuesto, no puedo hablar de la experiencia de todas las mujeres, pero puedo hablar de la mía. 

Desde que supe que estaba embarazada de mi primera hija, Macarena, tuve que luchar por tener una atención humanizada, no medicalizada. Tuve que luchar por tener un parto y no una cesárea. Tuve que luchar para iniciar la lactancia de manera inmediata, luchar para que no se la llevaran al momento del nacimiento. Luchar para que no le dieran fórmula sin mi consentimiento. Tuve además que hacer cómplice y partícipe a mi esposo en esta lucha, para que él pudiera defender lo que queríamos incluso si yo estaba demasiado adolorida, abrumada o agotada para luchar. Tuve que mantenerme vigilante cuando, a los pocos días de nacida, hubo que internarla en cuidados intensivos. Tuve que ver las caras de rechazo o asombro cuando veían a mi bebé de 2 años pegada a mi pecho.

Fui madre por segunda vez hace 9 meses. Me aseguré de encontrar un médico y un hospital que conociera y respetara mis deseos, y que tuviera políticas de protección a la lactancia. Hice todo un plan de parto y me di a la tarea de explicárselo a mis médicos. Me miraron con cara un poco burlona y quizá un poco molestos de que osara cuestionar su autoridad, pero su compromiso era real, así que actuamos conforme al plan. 

Por segunda vez viví el gozo y la agonía del parto. Tuve el privilegio que todas las que elegimos ser madres deberíamos tener: el de poner a mi bebé en mi pecho, de amamantarlo y besarlo y abrazarlo en esa primera hora de vida, tan pero tan importante para el futuro.

Era mi segunda lactancia, y aun así no fue sencillo. Santiago se agarraba bien, pero las tomas eran muy cortas, mi bebé se quedaba dormido y me costaba muchísimo despertarlo. Fuimos a su consulta, había bajado de peso más y más rápidamente de lo que esperaba.

Mi pediatra, a la que elegí con mucho cuidado y muchos trabajos, es además consultora en lactancia, corrigió mi técnica e hicimos un plan. Logramos que recuperara el peso perdido, y la lactancia se instaló con éxito. 

Pero, ¿qué habría pasado si no hubiera tenido los recursos y el tiempo y la posibilidad si quiera de elegir a mi pediatra? ¿Qué habría ocurrido si en mi angustia y mi miedo hubiera recurrido al internet? La respuesta es sencilla, un médico no capacitado me hubiera recetado fórmula, o bien, la industria habría aprovechado mis temores y me habría convencido de las ventajas de la alimentación artificial. 

Macarena, mi hija mayor, iba ya a la escuela, y al haber pasado toda la pandemia en casa carecía de toda defensa contra los virus comunes y los no comunes. Así que una semana sí y otra también llegaba con mocos, que podrían parecer inofensivos si no tuviéramos en casa a un bebé recién nacido.

Así, durante los siguientes 6 meses, Santiago pasó de una enfermedad a otra: gripe común, COVID, parainfluenza, virus sincicial respiratorio y, finalmente, después de una enfermedad respiratoria tras otra acabó internado con neumonía.  No quiero mentirles, fue un infierno. Pero yo sabía que mi bebé tenía la protección de mi leche. Que sin ella esta enfermedad sería más grave, más larga y más severa. Y no paraba de pensar, ¿qué pasaría si mi bebé no tuviera la protección de la lactancia? 

Y lo que me pregunto todavía, ¿qué está pasando con todos estos bebés que no tienen esta protección, y cuyas madres no tienen el privilegio de la información y los recursos necesarios para buscar instituciones y personal de salud que apoyen, protejan y acompañen su lactancia?

Esos 6 meses fueron terribles. Yo debía cuidar a mi niña pequeña, a mi bebé y, además, trabajar. Pasé semanas sin dormir, no sólo por las tomas nocturnas, sino porque debía nebulizar a mi bebé cada par de horas, descongestionarle la nariz, asegurarme que no tuviera dificultad respiratoria. 

La falta de sueño, el agotamiento, el post parto me pasó factura. No pensaba con claridad. Tenía enorme dificultad para concentrarme. Las tareas sencillas se me antojaban imposibles, y esto aún con una sólida red de apoyo que me acompañaba y me cuidaba, y un trabajo en el que se valora la crianza. Y yo volvía a pensar, ¿y las mujeres que no tienen esta red? ¿Y las mujeres que no tienen este apoyo?

Estaba agotada. Quería ponerme en huelga. En huelga del trabajo que el sistema nos impone, el trabajo de ser la superheroína que lucha con todo y contra todos, que hace malabares para conciliar el trabajo y la crianza, que mantiene la lactancia a pesar de la presión e influencia externa, que procura mantener la cordura cuando su cuerpo, su mente y su espíritu están agotados. Se los digo en serio. No queremos ese trabajo. 

Por ello, en el marco de este 8 de marzo, mi llamado a las autoridades es el siguiente:

Dejen de cargar sobre los hombros de las mujeres la responsabilidad de luchar contra todos y todo el tiempo por nuestros derechos y los de nuestros hijos e hijas. Hagan las cosas más fáciles, no más difíciles.

Dejen de cargar sobre nuestros hombros todo el peso del cuidado. Distribuyan las cargas, faciliten, acompañen, escuchen, contengan, apoyen, creen redes, creen espacios, creen alternativas. Inviertan.

Dejen de pensar que el embarazo, el parto, la cesárea, el postparto y la lactancia son trámites, son sencillos o son gratuitos. Nada más lejos de la realidad, son procesos profundos, transformadores -también devastadores- que dejan huellas permanentes en cuerpo, alma y mente, y requieren de acciones de cuidado, recuperación y rehabilitación para las propias madres.

Abran los ojos, la salud materno-infantil requiere atención más allá de los 40 días del puerperio. Nuestro cuerpo, nuestra mente, requieren mucho más para recuperarse. Es ridículo e insultante que crean que una licencia total de 12 semanas -en el mejor de los casos- es suficiente. No es suficiente para reponernos, no es suficiente para la lactancia, no es suficiente para el desarrollo infantil. Simplemente, no es suficiente.

¿Cómo vamos a reponernos de una experiencia física y emocional tan extenuante en 6, máximo 10 semanas? ¿Cómo vamos a darles a nuestros bebés lactancia exclusiva por 6 meses y complementaria al menos hasta los 2 años cuando tenemos que regresar al trabajo a los 2 meses y medio? ¿Cómo lo vamos a hacer cuando no hay una oferta amplia y de calidad de cuidados infantiles? 

Así pues, urge empezar a discutir la ampliación de las licencias parentales, reformar la Constitución para quitar el límite a las licencias de maternidad, crear un mecanismo de protección para las madres del sector informal, e invertirle de manera decidida a ampliar la cobertura, calidad y accesibilidad de servicios de cuidado infantil. Además de una amplia y profunda capacitación al personal de salud y medidas regulatorias que limiten la influencia y estrategias de marketing de la industria de fórmulas.

Argumentos sobran. Los pretextos no le ayudan a nadie. Ya es hora. Las superheroínas estamos en huelga. 

*Aranzazu Alonso Cuevas es Coordinadora General del Pacto por la Primera Infancia | @Pacto1aInfancia

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