La lactancia materna es reconocida como la forma más segura y completa de alimentar a un bebé. Además de fortalecer el vínculo madre-hijo, previene enfermedades y genera beneficios que se extienden hasta la vida adulta. Sin embargo, en México los datos siguen siendo preocupantes: apenas el 34.2% de los menores de 6 meses reciben lactancia materna exclusiva, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT). Las brechas geográficas son claras: en zonas rurales la prevalencia alcanza 61.5%, mientras que en contextos urbanos baja a 52.5%. Asimismo, sólo cuatro de cada diez niños entre 20 y 23 meses siguen siendo amamantados.
Las tasas de lactancia en el país han tenido fluctuaciones importantes en las últimas décadas. La regulación sobre sucedáneos de la leche materna en México es parcial. La falta de leyes estrictas y de mecanismos de supervisión permite campañas agresivas de mercadeo que llegan incluso a hospitales y profesionales de la salud. La apertura comercial tras el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994) también favoreció la entrada masiva de fórmulas y ultraprocesados, alterando los entornos alimentarios.
El periodo 2006–2012 marcó un retroceso drástico en la lactancia exclusiva, vinculado al aumento en la comercialización de productos industrializados, entre ellos las fórmulas infantiles. Aunque no existe una relación causal directa comprobada, la evidencia muestra que el consumo de estos productos suele desplazar la lactancia natural.
Trabajo y lactancia: una ecuación compleja
El ingreso de más mujeres al mercado laboral, muchas veces en condiciones precarias, plantea otro reto. Aunque desde 2012 la Ley Federal del Trabajo contempla descansos de 30 minutos para lactar o extraer leche, esta medida ha resultado insuficiente. La falta de salas de lactancia en centros de trabajo y la no aplicación de reducciones de jornada dificultan la continuidad de esta práctica.
En respuesta, el Gobierno ha impulsado algunas iniciativas como la certificación de hospitales “Amigos del Niño y de la Niña” y los lineamientos para instalar salas de lactancia, reforzados en 2021 con una guía de funcionamiento. Sin embargo, y a pesar de estos avances, su impacto sigue siendo limitado.
El modelo socioecológico permite comprender que la lactancia depende de múltiples niveles de influencia. Entre los factores estructurales destacan las desigualdades de género, la urbanización acelerada y la publicidad intensiva de fórmulas infantiles. A nivel comunitario, el apoyo emocional y práctico de la familia es decisivo, mientras que a nivel individual inciden la salud mental materna y la percepción, todavía común, de “no tener suficiente leche”. El sistema de salud también enfrenta carencias: la medicalización del parto y la falta de capacitación del personal sanitario reducen las posibilidades de iniciar y mantener la lactancia, incluso en hospitales que deberían fomentar activamente esta práctica.
La experiencia internacional demuestra que es posible mejorar las tasas de lactancia cuando se fortalecen simultáneamente la legislación, el sistema de salud y las políticas laborales. Para México, el desafío inmediato es reforzar la regulación de fórmulas infantiles, ampliar la cobertura de salas de lactancia en los centros de trabajo y capacitar de forma continua al personal de salud.
La lactancia materna no debe entenderse como un esfuerzo individual de las madres, sino como un objetivo de salud pública. Requiere estrategias integrales y sostenidas que reconozcan la corresponsabilidad del Estado, instituciones, empleadores y sociedad. Solo bajo este enfoque estructural será posible asegurar que más niñas y niños mexicanos comiencen su vida con la mejor protección nutricional disponible: la leche materna.