El 30 de julio celebramos el Día Internacional de la Amistad, una fecha establecida por la ONU para recordarnos que los vínculos afectivos son la base de sociedades justas, solidarias y pacíficas. En un tiempo marcado por el individualismo, el aislamiento social y la fragmentación de la vida comunitaria, hablar de amistad es también hablar de esperanza, de reconstrucción de lazos y de nuestra capacidad para cooperar y convivir.
Pero, ¿dónde nace la amistad? ¿Cuándo se siembra la semilla de los vínculos afectivos que dan sentido a nuestra vida? La respuesta es clara: en la infancia, más específicamente, en el juego. Jugando con las otras y los otros.
Lejos de ser una simple actividad recreativa, el juego es una necesidad vital, un derecho fundamental de la infancia. El juego es el lenguaje más poderoso para crear vínculos significativos desde los primeros años de vida. A través de este, las niñas y los niños no solo se expresan, experimentan el mundo y desarrollan habilidades, sino que también establecen relaciones afectivas profundas que pueden perdurar toda la vida.
Por ello, y conscientes de esta realidad, el Pacto por la Primera Infancia, en la Meta 12 propone incrementar en 10% la participación de madres y padres en actividades de juego con sus hijos menores de 5 años y mejorar la disponibilidad, acceso y calidad de espacios públicos para el juego de la primera infancia.
En la medida en que las niñas y los niños juegan juntos, comienzan a reconocerse como iguales, a practicar la reciprocidad, a resolver desacuerdos, a turnarse, a ayudarse mutuamente. El juego, especialmente el libre y compartido, es una escuela de la amistad. A través de él se construyen las primeras experiencias de cooperación, negociación, empatía y confianza.
La amistad no es solo una relación afectiva, sino un aprendizaje emocional y social que se inicia en la primera infancia y se desarrolla con el tiempo. Aunque las capacidades cognitivas y afectivas para comprender la amistad cambian a lo largo del desarrollo, desde edades muy tempranas las niñas y los niños pueden establecer relaciones de afinidad, cercanía y cuidado mutuo.
Estudios en psicología del desarrollo muestran que incluso a los 2 o 3 años de edad, los niños son capaces de elegir compañeros de juego, recordar sus nombres, buscarlos para compartir actividades y expresar emociones cuando están ausentes. Estas primeras amistades, aunque breves o cambiantes, representan experiencias fundamentales de apego, identidad y pertenencia.
El juego, en este contexto, es el vehículo que hace posible esa conexión. No se trata solo de estar juntos, sino de estar jugando juntos: imaginar, inventar reglas, construir mundos compartidos, resolver conflictos, reírse, fracasar, intentar de nuevo. Son estos momentos los que generan una emocionalidad compartida y una narrativa común que refuerzan el lazo de amistad.
Jugar es sembrar paz: la amistad como base de un tejido social fuerte
En contextos de violencia, desplazamiento o crisis, el juego no solo cumple una función terapéutica, sino también reparadora del vínculo social. Organizaciones que trabajan con infancias en situaciones de emergencia han documentado cómo los espacios lúdicos permiten reconstruir la confianza, sanar el trauma y crear nuevas amistades incluso en medio del dolor. Jugar es hacer comunidad, la cual estamos perdiendo.
El juego entre pares es capaz de trascender diferencias culturales, lingüísticas o religiosas. En el juego, no importan las etiquetas sociales: importa el deseo de estar, de imaginar y de compartir. Por eso, invertir en espacios de juego comunitario y ludotecas, no es un lujo, sino una estrategia de paz y de cohesión social.
Desde esta perspectiva, se vuelve urgente impulsar políticas públicas, prácticas educativas y acciones comunitarias que garanticen el derecho al juego como base para la construcción de vínculos de amistad en las infancias. Algunas propuestas son:
Asegurar tiempo diario para el juego libre en los hogares y escuelas. No como un privilegio sino desde la mirada que es un derecho pase lo que pase.
Diseñar ciudades y espacios públicos amigables con la infancia, pero sobre todo con la primera infancia que permitan el encuentro y el juego comunitario.
Formar a madres, padres y cuidadores en la importancia del juego y el acompañamiento sensible. Difundir y concientizar que no es una pérdida de tiempo, al contrario.
Garantizar patios escolares activos y recreos amplios, con materiales lúdicos disponibles. Hacer ludotecas como parte de la currícula escolar.
Implementar ludotecas comunitarias como espacios accesibles, seguros y diversos para el juego y la convivencia. Ludotecas de préstamo para poder apoyar en el reciclado de juguetes, reutilizarlos y ayudar un poco en la cuestión ecológica.
Promover campañas culturales y educativas que visibilicen el valor del juego como lenguaje de la amistad. Desde las organizaciones de la sociedad civil, escuelas, pero sobre todo desde el Estado que tiene esta obligación.
Este 30 de julio, en el Día Internacional de la Amistad, tenemos la oportunidad de mirar con atención y ternura el juego de las niñas y los niños. Ahí, en esas risas, acuerdos espontáneos, complicidades y abrazos, está el germen de una sociedad distinta: más humana, más empática y más amigable. Jugar no es perder el tiempo. Jugar es ganar amistades, y con ellas, el futuro.
