Jugar para crear amistad: El vínculo que nace en la primera infancia

Este 30 de julio, en el Día Internacional de la Amistad, tenemos la oportunidad de mirar con atención y ternura el juego de las niñas y los niños. Allí, en esas risas, acuerdos espontáneos, complicidades y abrazos, está el germen de una sociedad distinta: más humana, más empática, más amigable.

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El 30 de julio, el mundo celebra el Día Internacional de la Amistad, una fecha establecida por la ONU para reconocer la importancia de los vínculos afectivos como base de sociedades justas, solidarias y pacíficas. En un tiempo marcado por el individualismo, el aislamiento social y la fragmentación de la vida comunitaria, hablar de amistad es también hablar de esperanza, de reconstrucción de lazos y de la capacidad de los seres humanos para cooperar y convivir.

Pero, ¿dónde nace la amistad? ¿Cuándo se siembra la semilla de los vínculos afectivos que dan sentido a nuestra vida? La respuesta es clara: en la infancia, y más específicamente, en el juego, jugando con las otras y otros.

Lejos de ser una simple actividad recreativa, el juego es una necesidad vital, un derecho fundamental de niñas y niños. El juego es el lenguaje más poderoso para crear vínculos significativos desde los primeros años de vida. A través del juego, las y los niños no solo se expresan, experimentan el mundo y desarrollan habilidades, sino que también establecen relaciones afectivas profundas que pueden perdurar toda la vida.

Este artículo propone una mirada amplia, sensible y comprometida sobre el valor del juego como un generador de amistad en la primera infancia. Desde la perspectiva de derechos, desde puntualizar que también el juego entra en los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el No.16 que habla de Paz, Justicia e Instituciones Sólidas, que promueve sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, proporciona acceso a la justicia para todos, y construye instituciones responsables y eficaces a todos los niveles, según Naciones Unidas. La amistad, como un valor basado en el respeto, la empatía y la confianza, puede contribuir a la construcción de estas sociedades pacíficas e inclusivas, fomentando la colaboración global y la solidaridad. 1

También propone mirar el neurodesarrollo, la educación y la cultura, se argumenta que garantizar tiempo, espacios y condiciones para el juego libre y seguro no solo fortalece el desarrollo infantil, sino que construye comunidad y tejido social desde la raíz.

Lo anterior es tomado por el Pacto por la Primera Infancia para formular su meta No. 12 que habla sobre el aumento de la participación de madres y padres en actividades de juego con sus hijos menores de 5 años y mejorar la disponibilidad, acceso y calidad de espacios públicos para el juego de la primera infancia.

El juego como derecho: una base para la amistad

La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1989, y que México ha ratificado, reconoce en su artículo 31 el derecho de niñas y niños al descanso, al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad. Este derecho, sin embargo, sigue siendo invisibilizado o desplazado por las exigencias del rendimiento académico, la productividad o la sobreprotección adulta. Además, otro documento legal donde el juego se toma en cuenta es la Ley General de los Derechos de niñas niños y adolescentes en la sección XII.

Podemos decir que el juego se puede relacionar también en los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el No. 16 que habla de Paz, Justicia e Instituciones Sólidas, que promueve sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, proporciona acceso a la justicia para todos, y construye instituciones responsables y eficaces a todos los niveles, según Naciones Unidas. La amistad, como un valor basado en el respeto, la empatía y la confianza, puede contribuir a la construcción de estas sociedades pacíficas e inclusivas, fomentando la colaboración global y la solidaridad. 1

Pero el juego no es un lujo, ni un capricho y menos un privilegio. Es una necesidad biológica, psicológica y social. Desde los primeros meses de vida, los bebés se comunican a través del juego: imitan, exploran, se ríen, se esconden, llaman la atención. Estas interacciones, aparentemente simples, son en realidad complejos procesos de construcción del vínculo con quienes los rodean.

En la medida en que las niñas y los niños juegan juntos, comienzan a reconocerse como iguales, a practicar la reciprocidad, a resolver desacuerdos, a turnarse, a ayudarse mutuamente. El juego, especialmente el libre y compartido, es una escuela de la amistad. A través de él se construyen las primeras experiencias de cooperación, negociación, empatía y confianza.

I. La amistad en la infancia: una construcción emocional y social

La amistad no es solo una relación afectiva, sino un aprendizaje emocional y social que se inicia en la primera infancia y se desarrolla con el tiempo. Aunque las capacidades cognitivas y afectivas para comprender la amistad cambian a lo largo del desarrollo, desde edades muy tempranas los niños pueden establecer relaciones de afinidad, cercanía y cuidado mutuo.

Estudios en psicología del desarrollo muestran que incluso a los 2 o 3 años de edad, los niños son capaces de elegir compañeros de juego, recordar sus nombres, buscarlos para compartir actividades y expresar emociones cuando están ausentes. Estas primeras amistades, aunque breves o cambiantes, representan experiencias fundamentales de apego, identidad y pertenencia.

El juego, en este contexto, es el vehículo que hace posible esa conexión. No se trata solo de estar juntos, sino de estar jugando juntos: imaginar, inventar reglas, construir mundos compartidos, resolver conflictos, reírse, fracasar, intentar de nuevo. Son estos momentos los que generan una emocionalidad compartida y una narrativa común que refuerzan el lazo de amistad.

II. Compartir, colaborar y resolver conflictos: habilidades sociales que nacen jugando

Una de las riquezas más grandes del juego infantil es su capacidad para generar situaciones espontáneas donde se ponen en práctica las habilidades sociales. Mientras los adultos enseñamos con palabras, las y los niños aprenden jugando.

En el juego libre, las niñas y los niños aprenden a:

  • Compartir objetos y espacios, reconociendo que lo común también puede disfrutarse y que es más lindo jugar acompañado.
  • Turnarse, lo cual requiere autocontrol y comprensión del tiempo del otro.
  • Negociar reglas, ajustándolas a nuevas situaciones o resolviendo malentendidos.
  • Incluir a otros, incluso cuando no los conocen o tienen diferencias.
  • Resolver conflictos, sin violencia, mediante la creatividad o el diálogo espontáneo.
  • Pedir perdón y volver a empezar, una habilidad fundamental en la amistad.

Todas estas capacidades son esenciales no solo para mantener amistades, sino para la vida en sociedad. El juego se convierte así en el primer taller de ciudadanía, nos indica que somos entes políticos donde los niños ensayan, sin darse cuenta, los valores de convivencia, solidaridad y justicia.

III. El rol del juego simbólico: crear mundos compartidos, crear vínculos

Entre los 2 y 7 años, el desarrollo del juego simbólico —ese que transforma una caja en nave espacial o una escoba en caballo— alcanza su punto más alto. Este tipo de juego es fundamental para la construcción de la amistad, ya que permite que las niñas y los niños co-construyan mundos imaginarios donde cada uno tiene un rol y en el que se requiere colaboración, escucha y conexión emocional.

Cuando dos niñas o niños imaginan que son exploradores en la selva o dos niños o niñas simulan ser familia de muñecos, están negociando, creando y reafirmando un vínculo invisible pero muy fuerte. La fantasía compartida fortalece la complicidad, la travesura, algo en común y estas son ingredientes esenciales de la amistad.

Además, el juego simbólico permite explorar emociones difíciles en un entorno seguro. Los personajes pueden estar tristes, pelear, reconciliarse, protegerse mutuamente. Estas experiencias, aunque ficticias, tienen un alto valor emocional y ayudan a consolidar la empatía y en estos momentos actuales la infancia con este estilo de juego se convierte en un espacio catártico y ayuda a la expresión de sentimientos y pensamientos.

IV. Entornos para jugar: el hogar, la escuela, la calle y la comunidad

Para que el juego pueda cumplir esta función de creador de lazos, es necesario que existan espacios, tiempos y condiciones adecuadas para jugar. Lamentablemente, en muchas partes del mundo estos elementos están ausentes o restringidos.

  1. En casa, muchas veces el juego es desplazado por pantallas, tareas o actividades dirigidas. Es necesario recuperar el valor del juego libre como parte esencial de la vida familiar. Darse y dar el tiempo par que este derecho se ejerza.
  2. En la escuela, las exigencias curriculares y la rigidez de los tiempos limitan el juego espontáneo. Sin embargo, cada vez más investigaciones demuestran que los recreos largos, los patios activos y el aprendizaje basado en el juego mejoran tanto el bienestar como los logros académicos. Por ello tener ludotecas escolares es algo benéfico, retomar el juego en el recreo y en el salón de clase.
  3. En la calle, la inseguridad, el tráfico o la falta de espacios públicos impiden que niñas y niños jueguen con libertad. La calle, que fue durante generaciones el espacio natural de la socialización infantil, hoy está vedada para muchos. Lugares descuidados, sucios, no aptos para jugar y sobre todo en la primera infancia.
  4. En la comunidad, muchas veces no se reconoce las infancias como sujetos de derechos ni el juego como valor colectivo. Es urgente crear entornos lúdicos comunitarios donde niñas y niños de distintas edades y culturas puedan encontrarse, compartir y jugar sin discriminación.

V. Jugar es crear paz: juego, amistad y reconstrucción del tejido social

En contextos de violencia, desplazamiento o crisis, el juego no solo cumple una función terapéutica, sino también reparadora del vínculo social. Organizaciones que trabajan con infancias en situaciones de emergencia han documentado cómo los espacios lúdicos permiten reconstruir la confianza, sanar el trauma y crear nuevas amistades incluso en medio del dolor. Jugar es hacer comunidad , que estamos perdiendo.

El juego entre pares es capaz de trascender diferencias culturales, lingüísticas o religiosas. En el juego, no importan las etiquetas sociales: importa el deseo de estar, de imaginar, de compartir. Por eso, invertir en espacios de juego comunitario, ludotecas, no es un lujo, sino una estrategia de paz y de cohesión social.

VI. Propuestas para garantizar el derecho al juego y a la amistad en las infancias

Desde esta perspectiva, se vuelve urgente impulsar políticas públicas, prácticas educativas y acciones comunitarias que garanticen el derecho al juego como base para la construcción de vínculos de amistad en las infancias. Algunas propuestas que pngo en la mesa pueden ser:

  • Asegurar tiempo diario para el juego libre en los hogares y escuelas. No como un privilegio sino desde la mirada que es un derecho pase lo que pase.
  • Diseñar ciudades y espacios públicos amigables con la infancia, pero sobre todo con la primera infancia que permitan el encuentro y el juego comunitario.
  • Formar a madres, padres y cuidadores en la importancia del juego y el acompañamiento sensible. Difundir y concientizar que no es una pérdida de tiempo, al contrario.
  • Garantizar patios escolares activos y recreos amplios, con materiales lúdicos disponibles. Hacer ludotecas como parte de la currícula escolar.
  • Implementar ludotecas comunitarias como espacios accesibles, seguros y diversos para el juego y la convivencia. Ludotecas de préstamo para poder apoyar en el reciclado de juguetes, reutilizarlos y ayudar un poco en la cuestión ecológica.
  • Promover campañas culturales y educativas que visibilicen el valor del juego como lenguaje de la amistad. Desde las organizaciones de la sociedad civil, escuelas, pero sobre todo desde el Estado que tiene esta obligación.


Conclusión: sembrar amistad es dejar jugar.

Este 30 de julio, en el Día Internacional de la Amistad, tenemos la oportunidad de mirar con atención y ternura el juego de las niñas y los niños. Allí, en esas risas, acuerdos espontáneos, complicidades y abrazos, está el germen de una sociedad distinta: más humana, más empática, más amigable.

Sembrar amistad es dejar jugar. Es confiar en que cada bloque compartido, cada turno respetado y cada abrazo después del juego es un ladrillo en la construcción de un mundo mejor, de seres humanos mejores y de comunidades más unidas.

Jugar no es perder el tiempo. Jugar es ganar amistades, y con ellas, el futuro.

  1. Naciones Unidas. Objetivos de desarrollo sostenible (ODS) No. 16. https://www.un.org/es/impacto- acad%C3%A9mico/page/objetivosdedesarrollosostenible#:~:text=Objetivo%2016:%20Paz%2C%20Justicia%2 0e,y%20v%C3%ADnculos%20para%20m%C3%A1s%20informaci%C3%B3n. ↩︎
*Mónica M. Juárez Soria es Fundadora – Presidenta y voluntaria de la Fundación México Juega A.C. e integrante del colectivo Pacto por la Primera Infancia.

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