Estimado lector, hoy escribo estas líneas en una de las noches más oscuras, con la esperanza de que usted me escuche a diferencia de aquellos a quienes nadie escuchó en un pueblo de Sierra Leona. Ahí, en la capital, las vacunas no pueden llegar debido a la existente crisis energética que azota al país, como en muchos lugares del África subsahariana en donde los cortes de luz no permiten que las vacunas se conserven en la red fría. Y así, mientras la oscuridad se extiende, los monstruos de la salud pública que yacen dormidos aguardan el momento de cobrar la vida de nuestras niñas y niños.
Durante marzo, Medical Impact Sierra Leona reportó a la central un nuevo corte de luz —el segundo en lo que va del año—, con 40 días continuos sin suministro eléctrico. La falta de energía imposibilitó la refrigeración de alimentos, vacunas e insumos médicos, por lo que, estimado lector, el resultado fue devastador: la poliomielitis reapareció en un país donde ya se consideraba erradicada.
La tragedia de la salud pública que acompaña a la vacunación no solo es el movimiento antivacunas, también la falta de infraestructura, el acceso a insumos, los derechos laborales o la capacitación. Además de la falta de voluntad política para hacer frente a enfermedades prevenibles por la vacunación, que representan no solo un costo al erario público, sino al futuro de las naciones que se ve comprometido por la inexistencia del acceso a luz eléctrica, a la empatía
En México tenemos el inmenso privilegio de creer que la tuberculosis, como la polio, no existen o han sido erradicadas porque hace muchos años que no hemos visto reaparecer a esos viejos monstruos de la salud pública. No obstante, estas amenazas existen desde tiempos inmemorables y su control ha sido posible gracias a los esfuerzos sostenidos de generaciones que nos precedieron: desde la campaña contra la viruela encabezada por el doctor Balmis, hasta la contención de la pandemia de COVID-19 en el resto del mundo gracias a la vacunación.
Desde uno de los lugares más oscuros del país, lejos de la Ciudad de México, escribo esta introspección sobre el valor de prevenir enfermedades que en otras partes del mundo aún arrebatan la vida de millones de niñas y niños. En México, tenemos el privilegio de pensar que esos peligros ya no existen, porque alguna vez fuimos campeones mundiales de la vacunación.
Esta noche fría, estimado lector, le escribo como latinoamericano y futuro padre para invitarle a reconsiderar la importancia de la vacunación como un verdadero parteaguas en el desarrollo de toda nuestra región.
Durante años, Medical Impact ha dedicado esfuerzos para llevar vacunas a las comunidades más remotas de todo el país de la mano de los Gobierno federal y estatales. No obstante, hay mucho por hacer: nuestro esfuerzo es un grano de arena en el vacío de nuestro sistema de salud.
Hoy, en sus manos está unirse y sumar voluntades a la lucha contra las enfermedades prevenibles por vacunación. Esta no es tarea exclusiva del Gobierno, sino una corresponsabilidad compartida entre todas y todos los mexicanos.
Podemos y debemos luchar para que las nuevas generaciones den grandes pasos hacia un futuro más sano, sin retroceder por falta de energía, indiferencia o apatía. Quienes más pierden son quienes más nos necesitan. Desde la sociedad civil, Medical Impact, integrante del Pacto por la Primera Infancia, ha vacunado a miles durante esta semana y nuestra labor no es menos importante que la suya, pues nuestro grito es una voz al vacío si usted no la replica.
Por ello, este 24 de octubre, Día Mundial contra la Polio, levantemos la voz por las niñas y los niños de Sierra Leona que aún no tienen acceso a la vacunación y por quienes hoy enfrentan la poliomielitis. No permitamos que ningún mexicano ni mexicana vuelva a sufrirla nunca más.





